Poder decir adiós es crecer

¿Se acuerdan cuando sólo le teníamos mucho miedo al cáncer o al Sida? Eran males complicados de abordar en las pláticas familiares. Y siempre estaban rodeados de un halo oscuro que terminaba en la palabra más tétrica: muerte.

Desde que el coronavirus irrumpió en el globo terráqueo, no hemos descansado de ella (la muerte). Es como si hubiera llegado colada a una fiesta que no fue invitada. Los últimos 30 meses hemos despedido a muchos de nuestros seres queridos, conocidos o al menos hemos tenido que darle condolencias a algún amigo. Es terrible. Ha sido agotador.

Verle el rostro a la muerte es imposible para los cuerdos. Aunque merodea siempre, en realidad no tenemos la capacidad para asumir al cien por ciento que un día, sin más, el juego de la vida se acaba. Game over.

En este tiempo que hemos encendido velas para iluminar el camino de aquellos que dejaron esta galaxia, ya sin importar la causa del deceso, lo de menos hoy ya es si es covid u otro accidente biológico o vehicular; hemos acariciado las ideas más fúnebres. Y es que miramos al otro para vernos a nosotros mismos. Sí, nos duelen sus ausencias, pero nos ponen a pensar en la finitud, nos recuerdan que, a pesar de tener el mundo en la palma de nuestra mano, somos mortales.

En la carta anterior, mientras recapitulaba cómo un deseo melancólico siempre evoca a un pasado con nostalgia o anhela que por arte de magia las cosas “vuelvan a ser como antes”, pensaba en esta esencia infantil que en algún momento nos agarra distraídos, por muy adultos que seamos. Y entonces recordé a Cerati con su legendaria frase: “Poder decir adiós, es crecer”. Justo eso hacemos toda la vida y de eso se habla en el diván: de los lazos que se entretejen mientras caminos por una etapa y otra, y otra y otra.

Crecer duele, precisamente porque implica un duelo. Y un duelo conlleva una batalla con uno mismo y sus creencias; pero también conlleva enojo, tristeza y aceptación. Hay libros y manuales enteros de psicólogos para atravesarlo, pero más allá de los cinco pasos o la formula mágica, aceptar los cambios, las ausencias físicas y emocionales, requieren trabajo y, por supuesto: poder decir adiós.

Posdata: “Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero”. (Rosa Montero, “La ridícula idea de no volver a verte”)

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Karina Cruz Ruiz

Psicoanalista

Twitter @karycruiz