Arturo Luna Silva
Chicos, medianos y grandotes, y de todos los colores y sabores, pero no hay duda que los mapaches del PRI y del PAN tendrán un auténtico festín este domingo 4 de julio en el anunciado choque de estructuras (a diez caídas sin límite de tiempo y hasta que el sistema calle o se caiga, lo que suceda primero) entre la profesora Elba Esther Gordillo y el gobernador Mario Marín Torres, personajes con los mismos defectos y las mismas virtudes a la hora de operar elecciones.
Veamos:
Más allá de las artes propias de la alquimia electoral de cada cual, hay que decir que es Marín quien podría obtener mejores resultados que “Doña Perpetua” por un detalle en particular: la experiencia. Experiencia en territorio propio.
Y es que la estructura priísta que funcionará al mil por ciento para hacer ganar a Javier López Zavala es la misma estructura que ya ha demostrado su eficacia en tres comicios clave para Puebla: el de 2004, cuando el propio Marín fue electo gobernador; el de 2007, la elección intermedia, que acabó con un marcador de 25 a 1 a favor del PRI, y el del 5 de julio de 2009, cuando el tricolor se llevó “carro completo”: de las 16 diputaciones federales en juego, ganó 16.
El aparato marinista sólo tuvo un tropiezo, célebre tropiezo, y ése sucedió en 2006, cuando el PRI perdió en Puebla la Presidencia de la República, las dos senadurías y la mayoría de las diputaciones federales.
Pero hay que recordar que dicho traspié tuvo que ver más con las inconfesables negociaciones que sostuvieron personajes como Manuel Espino y la mismísima Elba Esther Gordillo con los gobernadores del Revolucionario Institucional, con el fin de que éstos sacaran las manos de la elección y contribuyeran tanto a la derrota de Andrés Manuel López Obrador (a quien por entonces al PAN le parecía “un peligro para México”) como al triunfo –viciado de origen y dudoso para siempre- de Felipe Calderón. Gracias a ello, hay que decirlo, el gobernador poblano compró impunidad, dado que logró sortear con éxito el juicio en la Suprema Corte de Justicia de la Nación por el caso Lydia Cacho.
De Marín se puede hablar todo lo mal que uno quiera y censurar –sobre todo- su muy sui géneris estilo personal de gobernar, pero en algo coinciden hasta sus más feroces críticos: es un estupendo operador electoral, preciso como un reloj suizo, implacable a la hora de multiplicar los votos (y los panes y los peces), y quizá de los últimos de verdadero nivel que le quedan al PRI a nivel nacional.
En contraste, un punto a favor de Elba Esther es indudablemente su impresionante fuerza económica para mover voluntades o someter dignidades, y no, no es un enemigo pequeño. Quien piense lo contrario puede llevarse una sorpresa. La mujer más corrupta de México es también la mujer más cabrona de México. La jefa del Cártel del SNTE es una auténtica fábrica de votos.
Cosa de hacer memoria: junto a otros priístas de ingrata memoria como Melquiades Morales, la profesora tuvo su propedéutico en el arte de la mapachería en el famoso fraude patriótico de 1985 en Chihuahua; se licenció en el fraude de 1988 con Carlos Salinas de Gortari; obtuvo su maestría en 2006, cuando fue factor decisivo para inclinar la balanza a favor de Calderón, y se doctoró en 2007 en Baja California, donde hizo morder el polvo, gracias a la maquinaria magisterial, a un antiguo enemigo: Jorge Hank Rhon, el inefable hijo del profesor Carlos Hank.
Tiene, pues, todos los diplomas.
Ahora viene por Puebla y viene con todo, pero no será fácil: enfrente tendrá a una estructura operativa que funciona como pocas y que ha probado su éxito no una sino varias veces en los tiempos recientes.
Lo del domingo 4 de julio es, sí, Elba Esther contra Marín (en más de un sentido: PRI contra PRI), más, mucho más que una contienda Rafael Moreno Valle contra Javier López Zavala o “Compromiso por Puebla” contra “Puebla Avanza”. En esa lucha de titanes, en la que ninguno juega a la democracia, radica la victoria o el fracaso. Es en esencia la prolongación de un pleito de familia, la gran familia revolucionaria, la mafia dueña del país, por el poder.
Y es que tanto Mario Marín como Elba Esther saben que la lucha en Puebla rebasa a los poblanos, pues lo que realmente está en juego este domingo es la Presidencia de la República en el 2012; es decir, la decisión del PAN de mantenerla y la determinación del PRI de regresar a ella.
Si Marín pierde, pierde todo, pues su grupo político se dispersará para siempre y quedará por tanto fuera de toda posibilidad de formar parte de la guerra política que se avecina por el poder federal y de exigir su correspondiente rebanada de pastel. Pero si gana, como todo parece indicar, gana todo, pues Puebla no sólo seguirá en sus manos, con todo lo que eso significa, sino además Marín se consolidará como verdadero factótum hacia adentro del PRI, con futuro político propio (la senaduría lo esperaría) y fichas, muchas fichas que negociar con el priísta (¿Enrique Peña Nieto?) que acaso lograse recuperar Los Pinos.
Lo mismo en el caso de Elba Esther, que a su botín conformado por el SNTE, el PANAL, la Lotería Nacional, el Sistema Nacional de Seguridad Pública, el ISSSTE y la SEP, sumaría Puebla, donde gobernaría ella, no Moreno Valle, y que por el tamaño de su padrón es una reserva de votos indispensable para quien pretenda hacerse del Ejecutivo federal. Vamos: un as que cualquier tahúr quisiera tener bajo la manga a la hora de los verdaderos trancazos electorales.
Ella cuenta con la red más eficaz de operadores territoriales; él, con la mejor estructura electoral que se recuerde en muchos, muchos años.
Creo, honestamente, que ganará quien el domingo cometa menos errores, quien mueva mejor sus piezas y a sus ejércitos, quien por supuesto “baje” o maneje mejor el dinero (carretadas de dinero), y quien logre neutralizar con mayor eficacia al enemigo en la batalla cuerpo a cuerpo por el control de las casillas, la clave, el meollo de todo.
Antes aliados, hoy enemigos jurados, Marín y Elba Esther se conocen bien, tanto y tan bien que en no pocos aspectos de sus respectivas biografías políticas hasta se mimetizan.
Su duelo sin duda sacará chispas.
Y pase lo que pase, marcará un parteaguas en la historia de Puebla.
Al tiempo.