Y si los tres nos acomodamos

Lesly Mellado May

“La crisis está retedura. Es más, si mi vieja me dice que se va con el sancho, yo le digo que yo me voy con ellos”.

¿Le causó risa el fragmento de este monólogo?

A mí no. No tengo sentido del humor, todos me reclaman.

Apenas iban 11 días de la cuesta de enero cuando me topé con trágicas estampas de la crisis económica.

El primer día de vuelta al mundo real, un anciano subió al microbús para cantar “La verdolaga”. Llevaba atada al cuello una vieja grabadora que reproducía una cinta inundada de gis. Su simpatía salvó su pésima voz y consiguió algunas monedas del respetable en movimiento. Y pensé que ojalá la crisis fuera como el amor y la verdolaga que se da un tirón y se acabó.

Un día más tarde, el senador Jorge Ocejo decía que no había gasolinazo, pero sí abuso de todos con el pretexto del aumento del precio del combustible.

Minutos después de escucharlo caminé por la 3 Norte de Reforma a la 18 Poniente. Miraba a las mujeres en el piso pidiendo 3 pesos por unos jitomates, pregonando las maravillas de las hierbas, cubriéndose del intenso frío con delgados suéters y calcetas, y recordaba las palabras del senador que aseguraba que no tenía por qué haber una espiral inflacionaria.

Me subí a una RS14 que va del centro de Puebla a Cholula. No alcanzaba a sentarme cuando el chofer saludaba con una moneda de cinco pesos a un agente de Tránsito a punto de la jubilación, si no es que ya hasta se pasó.

Calles adelante se subió un hombre de unos 40 años. En su rostro se estampó la crisis. Se nota que hizo un arrebatado intento por dibujarse de payaso, pero no le salió. Iba con ropa común, con la crisis a poco le iba a alcanzar para hacerse su traje y comprarse los zapatos: “La crisis está retedura. Es más, si mi vieja me dice que se va con el sancho, yo le digo que yo me voy con ellos”.

Tragedia, sí. Lo imaginé frente a su mujer y sus hijos, impotente, con las manos vacías. Y no pude reírme, ya lo sé, no tengo sentido del humor y soy religiosamente melodramática.

Pero mis anécdotas de microbús resultan una broma junto a la estadística de la Secretaría de Seguridad Pública y Tránsito Municipal de Puebla.

La semana de Navidad a Año Nuevo en que la radio y la televisión nos ordenaban comprar para ser felices, regalar para demostrar la querencia y estrenar para hacerlo todo el año, cayeron en la capital unos 170 farderos.

En 2008, “Antes presa que sencilla” fue una celebrada cabeza para una nota de una fardera que pretendía robarse de un supermercado tinte para el pelo, pintura de uñas y un desodorante. Esos productos se llevaban hasta noviembre de 2009. Para la última semana de diciembre fueron a dar a la policía mujeres y hombres que se quisieron hurtar paquetes de bisteces, pollo, pañales y leche.

Y eso que todavía faltaba el Día de Reyes. Entre los farderos fue capturada una anciana que cambió las etiquetas de unas muñecas Blanca Nieves (con sus enanos y todo) para pagar 300 pesos y no 900 como están valuadas por el marketing. El motivo: se quedó sin trabajo y no tenía para los reyes de sus nietas.

La misma suerte corrieron otros: un joven que se llevaba un hombre araña, pedido expreso de su hijo; y un señor que se escondió entre sus ropas un DVD portátil con todo y una serie de películas infantiles porque su hija tenía una pierna rota y no podía salir a jugar, y él aunque quisiera no podía salir a trabajar porque lo corrieron en noviembre para ahorrarse el aguinaldo.

Espero que la crisis traiga algo bueno y les pueda contar: “Sí, los tres nos acomodamos”.

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